¿Cómo fue el proceso que le llevó a escribir?
Hace unos años, cuando dejé el mando de la empresa a mis hijos, hice unas memorias e investigué sobre la historia de la familia. Cuando terminé ambas cosas reflexioné sobre la importancia que había tenido el mundo del entretenimiento en estos 150 años de saga familiar. Le envié unos 1.500 folios a la editorial Penguin Random House y a los cinco días me llamaron. Me dijeron que se los habían leído, que estaban muy bien, pero que ellos lo veían más como una novela que como un ensayo para hacerlo más atractivo al lector. Una labor que me ha llevado unos cinco años, en los que he aprendido a ficcionar. En realidad, es tan bonita la historia que cuento, que ha sido muy sencillo plasmarla en un libro.
La de los Arnau en Fraga es una historia de novela y hasta de película.
Esta semana he tenido una reunión con las editoras porque ya hay alguna plataforma interesada. Ojalá salga adelante porque lo merece. Hace unos días volví a ver ‘Cinema Paradiso’ y me identifiqué muchísimo con la trama, me hizo recordar a mi tatarabuelo, a mi abuelo… Hemos vivido el pase del cine mudo al sonoro, la transformación de la sala de baile en discoteca y de discoteca en club. La historia de los Arnau es carne de película.
Precisamente el cine está muy presente en su familia y en la novela. Lo define como una fábrica de sueños.
Para mí y para toda la familia el cine ha sido fundamental. Mi abuelo, lo primero que hizo cuando llegó a Fraga fue montar un teatro, después un cabaret y posteriormente lo convirtió en el primer cine de la localidad. Traía a pianistas para que acompañaran con su banda sonora a las películas. Y cuando terminaba la proyección, los pianistas tocaban canciones para que las bailara la gente. Sacaba las sillas de la platea y transformaba el cine en una pista de baile. Yo me crié en la cabina de proyección. Cuando tenía 7 u 8 años bajaba en pijama allí y estaba con el proyeccionista viendo las películas a través de una pequeña ventanita que tenía para hacer el seguimiento de que la cinta no hiciera nada raro. El cine ha significado muchísimo en mi forma de ser y de vivir, de imaginarme las cosas y de no ponerme límites a mis fantasías.
Otro de los personajes fundamentales del libro es su madre Pilar.
Mi madre tiene 94 años y está increíble de cabeza. Está entusiasmada con la novela. Y como cuento en la novela, sigue llamándome cada día.
Transmite en el texto que su madre es la que les hace mantenerse con los pies en la tierra, en las raíces fragatinas.
Así es. Tiene una memoria prodigiosa. Se acuerda de los tiempos de la Guerra Civil, conserva todas las cartas que le escribía mi padre… Ha sido una fuente de inspiración muy importante para documentarme de mis antepasados. Recuerda las veces que la familia ha estado a punto de arruinarse. La familia y los orígenes son muy importantes, jamás hay que traicionarlos.
Todo comenzó con su antepasado José Satorres ‘Josepet’, que abrió en Fraga un café con su nombre y que compró los terrenos donde hoy se celebra el Monegros Desert Festival.
Pienso mucho en Josepet, que compró hace más de un siglo la finca de los Monegros, la perdió jugando las cartas y la recuperó. Pensar que en aquel terreno el año pasado congregó a casi 60.000 jóvenes de todo el mundo bailando en el Monegros Desert Festival es pura magia para mí. ¿Qué pensaría si lo estuviera viendo? Pero mi familia tiene otras muchas historias increíbles que contar.
Cuente, cuente.
Una de las mejores es cuando mi abuelo fue a Las Vegas a buscar a Xavier Cugat para que tocara con su orquesta en Fraga y que casi nos arruinó. Debían llamarle loco. Pero siempre hemos ido en contra de lo establecido y hemos tratado de adelantarnos y ser innovadores, eso sí, cumpliendo siempre la palabra dada. En todas estas décadas hemos luchado para que los fragatinos y los aragoneses descubrieran lo mejor del entretenimiento en su casa, sin tener que ir a Madrid o Barcelona. Ya fueran las películas, las grandes orquestas o los DJ más famosos, todos han pasado por Fraga. O cuando hicimos la primera discoteca al más alto nivel, con nada que envidiar a las de Nueva York, y con capacidad para 3.000 personas. En aquella discoteca fue donde por primera vez se emanciparon la mujeres porque podían bailar sin que las sacaran a bailar los hombres y tomar bebidas alcohólicas o besarse sin pensar en el qué dirán. Eso es progreso social. En realidad, eso es probablemente lo más innovador que hemos hecho.
Ustedes demuestran que desde lo más local, desde lo más profundo de los Monegros, se puede ser universal.
Eso es muy especial. Además del festival, actualmente llevamos nuestros espectáculos a Las Vegas, a Shanghái, a Nueva York, a Berlín, a Londres… Es alucinante ese camino que nació y tiene la base en Aragón y que se proyecta por todo el mundo con millones de personas. Para nosotros, los fragatinos son iguales que los neoyorquinos, hemos aprendido mucho de ellos. Somos de pueblo, y muy orgullosos de ello, y hacemos proyectos universales. ¡Qué más se puede pedir!
Que nadie crea que ha sido un camino de rosas. En la novela reconoce que se ha arruinado tres veces.
Si sumamos las veces que se han arruinado mis tíos, abuelos… Los empresarios que innovamos y arriesgamos corremos ese riesgo. Cuando tratas de avanzarte a las cosas antes de que sucedan, las dudas son muchas. A mí me ha sucedido y en ocasiones me he adelantado demasiado, me he pasado de frenada y la sociedad todavía no estaba preparada para aquella propuesta. Si el público no te entiende, deja de venir. Muchas veces nos ha ocurrido, como con algunos DJ en Florida 135. Pero ser atrevido no es una forma de ganar dinero, sino una forma de vida. Eso es lo que nos ha pasado a las Arnau. Hemos tenido muchas ruinas pero siempre hemos mirado adelante. Porque, afortunadamente, cuando aciertas, sigues el filón y la satisfacción es mayor.
Una de sus ruinas fue precisamente por la actuación de Xavier Cugat y su orquesta en 1962.
Mi abuelo murió dos días antes de que Xavier Cugat actuara y no pudo ver materializado su sueño. Para sacar a Xavier Cugat de Las Vegas hubo que pagar una cantidad muy importante. La ruina vino por eso y porque los bancos no nos renovaron los créditos. Por suerte, un familiar no muy cercano de mi madre nos sacó del apuro financiero haciéndonos un préstamo sin interés. Ese gesto siempre lo hemos tenido en cuenta.
Usted vivió aquello con 6 años.
Fui un niño muy privilegiado por todo lo que viví. Recuerdo cuando jugaba al escondite entre las parejas que estaban bailando o cuando subía al escenario y el percusionista me dejaba tocar la batería. La primera vez que vi a ‘vedettes’ como La Maña en el ‘music hall’ de mis padres, a los magos o el escándalo que hubo la primera vez que vino el Dúo Dinámico. O la primera vez que la gente pudo bailar agarrada con el twist. O las actuaciones del gran Antonio Machín. En tiempos de Franco poníamos películas del Neorrealismo italiano. Cuando estaba en la cunita de bebé ya me movía con las matinales de baile. Hacer esta novela me ha permitido remover y ordenar todas esas vivencias. Lo veo con mucha nostalgia pero con mucho agradecimiento. Se me ha pasado la vida volando, como un soplo, y he cumplido con el más bonito de los cometidos, entretener a los jóvenes.
Uno de los hilos conductores del libro es la oferta que le trasladó en 2013 un grupo inversor estadounidense para adquirir el Monegros Desert. ¿Lo que cuenta es real?
Es tal como es. Es lo que pasó realmente. Fuimos a Nueva York para vender el festival. La oferta era muy tentadora, de varios millones de dólares, pero al final no pude desprenderme de algo tan importante para la familia como el festival.
El año pasado y pese a estar ya ‘jubilado’, estaba en las puertas de acceso del festival esperando a que el público entrara. Eso lo lleva en la sangre.
Totalmente. Estar en el inicio del festival es una de las cosas que más disfruto. Ves la ilusión y las ganas con las que entra la gente. También me encanta el cierre, palpar la cara de agradecimiento de los espectadores y recibir las quejas que tengan. Eso también lo hacía mi padre. El público tiene que verte, que estás allí con ellos, que no has abandonado el barco. Nada me llena más que las caras de alegría por lo bien que se lo han pasado. Si no eres promotor, no puedes alcanzar a comprender esa sensación en toda su plenitud.
El próximo 29 de julio se celebrará el trigésimo aniversario del Monegros Desert. ¿Qué le sugiere?
Yo me despedí en 2014 del festival en lo que a la dirección se refiere. Recuerdo perfectamente la primera edición de 1993, que consistió en una barbacoa entre amigos. Aquellos primeros años era una ‘rave’ literal porque nadie pedía permisos. Estábamos en el campo y no molestábamos a nadie. También recuerdo muchísimo la cuarta edición, en la que se convirtió en un festival de verdad, con colas kilométricas en la carretera… Lo sufrí mucho porque soy muy exigente y siempre estoy convencido de que se puede hacer mejor. Cuando todavía estaba despidiendo a los últimos ‘ravers’, ya estaba con la mente en qué cosas emprender para mejorar. A mis hijos Juan y Cruz les pasa exactamente lo mismo. Innovar es una obligación. Como haremos este año con el nuevo escenario Open Air diseñado por artistas.
¿Cuál desearía que fuera la principal herencia que legara a sus hijos Juan y Cruz?
Ya la han recibido porque la han mamado desde pequeños. Su herencia es el legado, la historia de la familia, nuestra forma de hacer las cosas. Y esta novela es una forma de preservarla y transmitirla a las próximas generaciones. Su cometido es muy sencillo: el amor para hacer felices a los demás. Deseo que busquen su propia felicidad en conexión con la del resto. Sin el público, todo lo que hacemos no significaría nada. Eso no hay que olvidarlo jamás.