Esta es una de esas historias improbables, una que cuenta cómo, a partir de un café de provincias, una familia se convirtió, después de no pocas vicisitudes en una de las marcas internacionales más conocidas de la noche y la música electrónica. Todo tiene origen en Fraga (Huesca), una localidad que puede definirse como un cruce de caminos en medio de ninguna parte, donde los Arnau, a través de varias generaciones, sucesivas bancarrotas y testaruda pasión por la música, han levantado un imperio a partir de un gramófono.
Juan Arnau se identifica como la sexta generación de esta saga familiar consagrada a la noche, testigos de cómo ha cambiado la sociedad a través del baile. “Mi abuelo me contaba que, en sus tiempos en Fraga, las mujeres se sentaban con sus madres detrás y los pretendientes iban a pedir permiso para bailar una canción. Me contó que la primera revolución llegó cuando las mujeres pudieron llevar la iniciativa. Y también me hablaba de la primera vez que llevaron un gramófono al pueblo, que fue uno de los primeros de España y que con él colapsaron las calles. Fue alucinante”, dice Juan Arnau, cofundador con su hermano Cruz de Elrow, la marca que ha llevado a la familia a convertirse en un gigante de la noche. Sin embargo, en esencia, nada ha cambiado desde aquellos tiempos: “Si te remontas a los últimos cien años de historia, la gente ya salía a bailar para olvidarse de sus problemas entonces. La música sí ha cambiado, pero la esencia, no”. Problemas que a veces eran muy acuciantes. “Durante la guerra, Fraga estaba en la frontera entre los bandos. De lunes a viernes se pegaban tiros y los fines de semana iban al baile”, explica. La familia tuvo primero un café, después un bar, un teatro y un cine, el Victoria. Luego llegó el Florida, donde tocarían las mejores orquestas de la época. Al Florida trataron de llevar a Xavier Cugat, un músico catalán de éxito en Las Vegas. Cuando lograron convencerle, falleció un día antes de la actuación. La familia casi se arruinó por primera vez”. Y no sería ni mucho menos la última.
El Florida fue el centro musical de la zona, siempre trayendo artistas reconocidos, como Antonio Machín. Pero los tiempos cambian y las orquestas dieron paso a las discotecas. En los 80, se convirtió en parada de la escena, a medio camino entre las movidas madrileña, valenciana y catalana. “Mi padre se subió a la ruta trayendo a todas las bandas y disc jokeys internacionales. Estuvimos cuatro años llenando todos los fines de semana y ganamos mucho dinero”, cuenta Arnau. Pero llegó el inconformismo familiar: “El público estaba degenerando un poco, porque la segunda parte de esa escena era muy destructiva, y llegaron los franceses a la sala y le enseñaron ‘’flyers’’ a mi padre de lo que se hacía al norte y se llevó a madre a todas las ‘’raves’’ ilegales de Europa, donde conocieron un sonido nuevo. Fueron a fiestas en túneles, bosques, circuitos, cuevas... a todas partes. Y entraron en contacto con Svën (Vath), Francesco (Farfa) y Laurent Garnier cuando aquí nadie sabía quiénes eran. Les mintieron, diciéndoles que tenían un club en Barcelona. Al volver a Fraga, le pusieron una cinta a mi abuelo con ese nuevo sonido y él dijo que adelante”, cuenta Arnau.
Sin embargo, cambiar la música radicalmente a un sonido nuevo fue una operación comercial desastrosa: “De 4.000 pasamos a 700 personas. Eran otros tiempos y la gente no tenía el acceso al conocimiento que hay ahora. Tuvimos que hacer mucha pedagogía para explicar quién era Jeff Mills. Nadie entendía nada y casi perdimos todo”, dice Arnau, que recuenta hasta tres bancarrotas de su padre (“cuentas y casas embargadas”) y un par más de su abuelo. Sin embargo, el modelo empieza a cuajar. “Florida tiene 85 años o así, pero creo que hemos ayudado a que la gente se concentrara en Fraga y hemos traído a todas las bandas y disc jockeys internacionales. Hemos conseguido que sean un núcleo”, asegura. La empresa familiar se asoció más adelante con Advanced Music, impulsores del Sónar de Barcelona, y el público ya es masivo.
En paralelo a los últimos estertores de la ruta, un día de 1993, el padre de Arnau organizó una barbacoa en una finca familiar –una que el retatarabuelo e iniciador de la saga perdió y recuperó en una partida de cartas- junto a algunos amigos. Eran un centenar en el inmenso secarral. Sin saberlo, estaban dando forma a la primera edición del Monegros Desert Festival, el más alucinante festival de música electrónica de Europa que, desde hace una década acoge a más de 55.000 personas. “Durante años fue una ‘’rave’’ ilegal, la primera de España, porque simplemente no se concebían los permisos para hacer algo así. Si lo piensas, estás en medio de la nada, con temperaturas extremas y sin agua ni electricidad... son 25 días de montaje. Nos da muchos dolores de cabeza. Si tuviéramos que hacerlo por el resultado económico, no lo haríamos. Pero bueno, es parte de la historia y un lugar increíble para crecer creativamente y hacer cosas diferentes al resto. Nos permite expandirnos y hacer algo que no se hace en ninguna parte de Europa. ¿Quién tiene un desierto en Europa? Para la creatividad pura es nuestra bandera", dice Arnau, de 42 años, al que le corre la cultura de club por las venas. Su primer recuerdo musical es "escuchar cintas de cassette y de dat con sesiones de la ruta del bacalao con ellos. A mi abuelo le encantaba el drum’n bass y también Garnier y Carl Cox. Mis padres estuvieron en el Studio 54 y en la Hacienda en Manchester. En nuestra familia no se habla de otra cosa que no sea música. Ni Fútbol ni deportes, ni motos, nada. Siempre que ha habido una celebración familiar me han llevado a islas de fiesta o a conciertos. Cuando tenía 16 y 17, que estaba de moda Mykonos, nos llevaron 15 días. Y nos ‘’comimos’’ after, reafter y de todo. Nos despertaban a las seis de la mañana y mi tenía que maquillar a mi hermana y ponerle tacones, con 15 años, para hacerla pasar por mayor. Nos llevaron a Cabo Paradiso a ver a Danny Tenaglia que estaba pinchando una matinal de 8 horas. Así estuvimos una semana”, cuenta entre risas.
De esa locura nació la marca que ahora ha llevado a la familia a todas las grandes capitales del mundo. En 2008, la familia alquila un local en Viladecans (Barcelona) para su nuevo proyecto, pero dos años después ya han perdido casi todo el dinero que pueden soportar. A la desesperada, arrancan una sesión matinal pero “huyendo del concepto de ‘’after’’ y de las drogas y todo eso. Yo le daba las pulseras gratis a las camareras y a la gente que trabajaba de noche y quería divertirse el domingo por la mañana. Y compramos hinchables, juguetes, confeti, juegos con pegatinas... llevamos actores y zancudos, combas para saltar... Y perdimos mucho dinero otro año, porque invitábamos a todo el mundo, pero terminamos en fin de año con 2.000 personas. Y vimos que había cierta magia en eso", explica Juan Arnau. Entonces, dieron el salto a Privilge, en Ibiza. “Volvimos a perder dinero, porque compramos mucha decoración y todo tipo de cosas. Pero de repente nos empiezan a llamar promotores de toda Europa. Tuvimos que hacer una fábrica, contratar artistas, moldeadores, costureros, camiones... hacer una empresa como el circo que vas de tour y viajas por el mundo. Y empezamos a ser internacionales, de nuevo, perdiendo el dinero que ganábamos en Monegros. Irrumpieron en Glastonbury, Tomorrowland y en 2019 organizaron 130 fiestas en 80 ciudades del mundo. En 2016, el fondo estadounidense de inversión Providence Equity Partners entró como inversor de la compañía. Una que tiene su alma en un pueblecito de Huesca.