“¡Dance is life!”, gritó Irah, MC de Chase & Status, durante su actuación en esta edición del Monegros Desert Festival. Y todo el público pareció darle la razón al lanzarse a un baile frenético y entusiasta, lógica reacción tras ocho años sin celebrarse el festival –dos de ellos en pandemia– y con unas visibles ganas de darlo todo. Ya se sabe que para muchos jóvenes Monegros es algo así como un bautismo de fuego, la prueba de que si puedes con este festival puedes con todos. Por ello y por muchos otros motivos, esta tierra de las mil danzas se ha convertido en lugar de peregrinación para miles de amantes de la electrónica y de la fiesta de toda Europa y de todo el mundo. Porque Monegros trata de fiesta, sí. Una fiesta popular, apta para todos los públicos, en la que nadie se siente desplazado. Y no, no es ni un parque temático ni una réplica del Tomorrowland. Es una gran raverbena –mezcla de rave y verbena– en la que el primer término se ha resignificado como acrónimo de “Radical Audio Visual Experience”. Y, efectivamente, lo es: un desguazado Airbus 330 se transforma en inesperada pista de baile, hay una versión electrónica y lisérgica del Circo del Sol (elRow), el escenario principal tiene forma de gigantesco sound system, otro escenario (Techno Cathedral) es una catedral de estilo gótico futurista y otro más (Industry City) se ha creado a partir del reciclaje de elementos industriales con una muy oportuna estética desértica a lo Mad Max. Como si se tratara de casinos en Las Vegas, cada espacio del festival es un mundo y suena de manera diferente. En Monegros lo espectacular –¡ay, Debord!– mola.
El escenario Techno Cathedral: gótico futurista. Foto: Toni Villen
Pero hablemos de música. Bien es cierto que en esta edición Monegros parece haberse detenido en el tiempo, como si lo hubiera retomado donde lo dejó en 2014, como si en todos estos años no hubiéramos tenido ni el hyperpop, ni el global bass ni la eclosión de los géneros urbanos. Pero también es cierto que los festivales no tienen por qué parecerse entre sí. Monegros ha creado una marca muy personal y diferenciada, que apuesta decididamente por el techno, el house y todas sus constelaciones. El escenario principal (Sound System Temple) arrancó a ritmo de hip hop con SFDK, Las Ninyas del Corro, el rap chicano y fumeta de The Psycho Realm –con DJ Muggs, de Cypress Hill– y un correoso Busta Rhymes, cuya reconocible voz rasposa no logró hacer olvidar la caída de cartel de Wu-Tang Clan. Allí se sucedieron después las grandes estrellas de la noche: un Paul Kalkbrenner menos lineal de lo habitual que no dudó en hacer un hueco al andestep a lo Nicola Cruz o incluso al personal pop de Stromae, unos trepidantes Chase & Status que combinaron vigorosamente drum’n’bass, dubstep y breakbeats, un magnético directo de Vitalic en clave de techno experimental y rabiosamente audaz o un Richie Hawtin absolutamente fiel a sus latigazos rítmicos y a su acid minimal, impoluto y riguroso cirujano del techno.
Michael Bibi, house groovy. Foto: Christian Bertrand
Basement Jaxx y su house de alto octanaje, salpicado de breakbeats, brillaron en el escenario elRow, aunque el público de este alegre club rodante probablemente buscaba las emociones en DJs residentes como Marc Maya o De La Swing, en el house con pedigrí neoyorquino de The Martinez Brothers o en esa estrella ascendente del house más groovy que es Michael Bibi, quien no dudó en introducir a Technotronic en su mezcla. Y, si hablamos de house, el lugar ideal para escucharlo y bailarlo era el Open Air, donde destacaron el francés Folamour y su radiante y luminoso funky-disco-house –rescató “Flawless” (The Ones) y adaptó “Girls & Boys” (Blur)–, el cubano-americano Maceo Plex oscilando entre el disco-house y el tech-house y un sublime Laurent Garnier, que deambuló entre el house clásico, el Detroit techno y el sinfonismo electrónico, en una soberana lección de mixología impartida con tanta técnica como emoción.
Laurent Garnier, a lo lejos, en el Open Air. Foto: Xavi Torrent
Mención especial merecen los dos escenarios Industry City, volcados en las ramas más virulentas, duras y veloces del techno, donde habría que destacar, entre otros, el dark techno de Ancient Methods, el hardtek de Mat Weasel Busters, el largo set del mítico Chris Liberator –del happy hardcore al acid tekno para acabar en el frenético schranz– o el explosivo directo de Ansome en clave de techno industrial, en el que estuvo acompañado por un MC vocinglero y alborotador. Quizá los escenarios que resultaron menos estimulantes y más planos fueron The Moon –donde se alternaron el hard techno con el drum’n’bass más oscuro, terreno en el que descolló Benny Page & Mad Division– y Techno Catedral, que a pesar de su espectacular y resultón diseño acogió por lo general un techno más bien plano y zapatillero, destacando en él la estrella ascendente del género Reinier Zonneveld y el oscense Andrés Campo, residente del club Florida 135 que, por otro lado, ofreció una segunda sesión en el interior del Airbus 330 evocando allí su pasado más makinero.
Richie Hawtin con el capo de Monegros, Juan Arnau. Foto: Xavi Torrent
Finalmente, hay que celebrar que Monegros sigue dejando un hueco a géneros minoritarios de la galaxia electrónica en espacios más modestos, pero de gran trascendencia y significado: el dub en el Greenlight Corner –un poderoso y retumbante sound system cuadrafónico, con Chalart 58 y el Greenlight Sound System abanderando un dub felizmente evolucionado– y el drum’n’bass y el house underground en los dos espacios con más solera del festival, respectivamente El Pajar y El Corral, con artistas como Karlixx y Fokin Massive o como Fred P y Alan Dixon. Lugares donde todo esto empezó, cuando Monegros Desert era todavía aquel entrañable Groove Parade de mediados de los 90. Pero, como diría Fellini, la nave va. Ahora al mando de la facción joven de la familia Arnau, dispuesta a seguir organizando la mayor fiesta de Europa. ∎